junio 21, 2011

Historia de Dos Ciudades: Cicerón versus Hegel

Pocos dias después que un tsunami electoral hubiese reformado de manera definitiva el panorama político peruano, La Paz, la capital boliviana volvía a ser el escenario de violentas convulsiones, con el bloqueo planificado de las principales arterias por parte de gremios enardecidos que desconectaron el aeropuerto y las carreteras de acceso del resto de la ciudad.

A pesar de la aparente similitud entre los procesos políticos de ambos países que algunos analistas refieren, ambas situaciones no pueden ser mas distintas. No solamente los momentos políticos, también los factores clave de los procesos son diametralmente disímiles. En Bolivia un gobierno populista ha encabezado un proceso de cambio que en realidad trae mas estrépito que innovación al sistema democrático. La nomenclatura del Estado ha sido cambiada siguiendo un patrón neurolinguístico destinado a crear nuevos referentes, lo cual se entiende traería consigo nuevas conductas. Así, existe un viceministerio de descolonización que -cual perseguidor de idolatrías foráneas- busca extinguir la influencia de los referentes occidentalizantes. El lenguaje oficial ha adoptado una ideología pro-indigenista que neutraliza el incipiente proceso de convivencia interétnico que asomaba en el país. Las victimas principales de este proceso son los niños y adolescentes que luego de la radical reforma educativa en ciernes sufrirán en la aulas prédicas iluminadoras de un magisterio refugiado en la certezas del pensamiento estalinista.

“Ninguna libertad para los enemigos de la libertad” ha declamado hace pocas semanas en La Paz un filósofo esloveno, Slovan Sizek, insoslayable agente provocador. Música para los oídos de los funcionarios del Estado Plurinacional que reciben así el espaldarazo del jet set posmodernista. Sin embargo, los límites del cambio en las estructuras políticas de un país están en la eficacia y solidez de las instituciones y eso, a diferencia de los títulos en los letreros, es algo mucho mas difícil de modificar.

La esencia de la república según Cicerón. Tres días después de los graves y trágicos sucesos de Bagua, una reacción ciudadana de indignación recorría el Perú. Mientras algunos medios de comunicación tímidamente hacían preguntas incómodas, en las redes sociales, los blogs y las aulas universitarias el termómetro del espíritu ciudadano estaba hirviendo. Lima observó la primera manifestación organizada para defender los derechos de los pueblos indígenas amazónicos. Autoconvocada por las redes informales, no hubo petardos ni bloqueos a diferencia de La Paz. Aquel dia murió el dogma del “Perro del Hortelano” concebido y criado por su majestad imperial Alan Garcia I. El Congreso tuvo que anular una legislación promovida por los lobbies que vergonzosamente había aprobado una semana atrás.

Ese día supimos que a pesar de la alianza entre grandes grupos mediaticos, lobbies bien financiados y el contubernio gubernamental, el sistema democrático permite infringir fisuras a la rótula del poder político. Desde entonces los apristas tuvieron que agazaparse en la nocturnidad. Pudimos verificar que el sistema republicano ofrece las herramientas para su funcionamiento. El desplazamiento tectónico de la política nacional ocurrido el 10 de abril se inició en realidad en Bagua en junio del 2009. Lo iniciaron los mas vulnerables, los mas marginados, aquellos que no tenían voz y lo multiplicaron los chicos de la clase media progresista que salieron a las calles, los activistas del ciberespacio y los periodistas decentes.

Por alguna razón difícil de explicar –procesos fractálicos como les llaman- los mecanismos republicanos en el Peru poseen una resiliencia asombrosa.


Ideología versus la Recta Razón

Al pensar en la historia de estas dos ciudades comprendí la oposición entre la ideología y la recta razón. Existe un lado oscuro en la ideología, especialmente en las de corte iluminista. Allí logran ocultarse bien el odio y los resentimientos. Ellas nos impiden reconocer nuestra falibilidad, nuestro derecho fundamental a cometer errores y aprender de ellos. Y, emerger al final como mejores hombres y mujeres.

El Estado democrático, la República que integre nuestras diferencias y permita su convivencia creativa no surgirá de una ideología iluminista, nacerá -con todos los dolores del caso- como decía Cicerón cuando la legítima Ley coincida con la recta razón, la justa razón que tenían los pueblos awajun y wampisa.

Ojalá la mayoría del nuevo Congreso comprenda que los materiales para construir los acuerdos para renovar nuestro sistema democrático no se encuentran en las terminologías estrafalarias o las citas ampulosas o los discursos esotéricos, se encuentran en la desesperada necesidad de construir relaciones de confianza, que son la base de la República que soñaron nuestros precursores, no hay que ir tan lejos.

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